Pedro Flores
(extret del seu llibre Memòries de Pedro Flores. A la recerca de l’ideal anarquista. Centre d’Estudis del Bages, 2003)
“… hablando con Antonio Vidal, que militaba en los sindicatos de la oposición, que a una objeción mía me dijo que aquello era una huelga revolucionaria. Ya en el local, que estaba concurridísimo, se organizaron las correspondientes reuniones a efecto de determinar la actitud sobre los acontecimientos, optando por un compás de espera hasta que se clarificara la situación. En expectativa nos quedamos en el local hasta el filo de las dos de la madrugada. De regreso a casa, al pasar por la plaza Major, que estaba tomada, así como el Ayuntamiento, las azoteas y la misma plaza, por rabassaires armados de escopetas de caza que habían traído de los pueblos de la comarca, sin otro propósito de la Esquerra Catalana de hacer una demostración, y que de hecho no pasó a más que la de hacer pasar la noche en vela a aquellos campesinos, que antes de que amaneciera ya volvieron a sus lares. A eso de las 10 de la mañana estaba de vuelta en el sindicato, donde según la información que iba llegando por la radio la situación era confusa en lo concerniente a la CNT, ya que al proclamarse la República Catalana previamente se había intentado neutralizar el Movimiento Libertario con cantidad de detenciones de militantes en Barcelona… En la calle era la euforia entre la gente del Estat Català y del POUM y los demás grupúsculos nacionalistas armados los escamots con remingtones que, como se sabe, hicieron volar tan pronto vieron el panorama mal parado. Por la mañana siguiente la manifestación de Alianza Obrera, manifestación muy menguada por cierto, y no con más concurrencia asistí al mitin de la tarde en la plaza de toros donde por primera, y también única vez, vi y oí al templagaitas del Trueba, de Súria y comunista. La situación de la CNT ante los acontecimientos era bastante difusa. Contrariamente a Barcelona, ninguna hostilidad hubo contra nosotros a pesar de que Alianza Obrera y los sectores nacionalistas procuraron marginar nuestra organización de los acontecimientos logrando, si no intervenir en los comités, que en ningún momento nos interesamos mientras los nacionalistas dominaban la situación en Catalunya… Pero ya al anochecer empezaba a ser hora de reconsiderar la situación. En el resto de la península la huelga, y con ella el movimiento, había sido un fiasco, excepto en Asturias, donde los trabajadores eran los dueños de la situación y hacia donde se encaminaba la Legión para aplastar el movimiento insurreccional. A eso de las 10 de la noche nos confirman desde el cuartel la noticia que sobre Asturias avanza el general López Ochoa al mando de tres columnas del ejército de África. Fracasado el movimiento en el resto de España y Asturias invadida, ¿qué suerte le esperaba a Catalunya? La respuesta es obvia y a tenor de la nueva situación se manda una delegación a efecto de afrentar los acontecimientos que se avecinaban. Intenciones que, como ya he escrito en otros lugares, no dieron resultado. El caso es que el domingo por la mañana amaneció Manresa con las ametralladoras emplazadas en distintos lugares de la ciudad y camiones patrullas y taxis del ejército y de la Guardia Civil circulando por las calles y otras a pie, haciendo respetar el estado de guerra impuesto por el gobierno central.
Al principio no me extrañó que el sargento López patrullara con un pelotón por el Passeig y barrios céntricos. Era militar y como tal tenía que obedecer (el sargento López se relacionaba con algún libertario y hasta se autodenominaba anarquista, siendo él quien fue al local a informarnos de la situación de Asturias). Al cruzarnos nos miramos de una manera algo singular, como de cierta complicidad. En cambio, cuán opuesta era la intención de la una y la otra. La mía, la de un aliado embarcado en la misma causa; él, la sarcástica de individuo que traicionaba. No podía traicionar secretos ni intimidades de la organización porque no los tenía, pero sí en tanto que meramente hombre que se desdobla en confidente y en policía días después. Puedo agregar que el criterio que tengo sobre él es el de un desdichado, náufrago y huérfano en una sociedad donde incluso para vegetar hay que desprenderse de escrúpulos y considerar la vida como una permanente lucha por la existencia y caiga quien caiga. De haber sido ingénitamente malo, o de esos tipo Gual, frustrados que acumulan su odio soez sobre quien llegan a someter debido a los poderes concedidos en tal que Policía, hubiera podido hacer mucho daño y hasta nos pareció discernir en él una especie de deseo de querernos demostrar que estaba con nosotros proponiendo a varios militantes sin trabajo, seleccionados de Sallent a consecuencia de la huelga última, usar su influencia para que entraran a trabajar en la Pirelli. ¿Era sincero o doble juego? Nos quedamos con la incertidumbre y, aunque por algo anecdótico vuelva a referirme a él, adelanto que ya en 1935 fue trasladado de Manresa, ignoramos si fue por disposición superior o a petición propia, lo que ni lo salvó de que, con o sin razón, el 19 de julio de 1936 fuera ejecutado…
Y a lo que íbamos. El movimiento había fracasado estrepitosamente en Catalunya. En Asturias continuaron batiéndose y prácticamente sólo la CNT, mejor dicho su militancia, intentaba relanzar la insurrección, ya materialmente imposible, puesto que la normalidad ya quedó restablecida el lunes en Barcelona. En cuanto en Manresa, se mantuvo la huelga general hasta el miércoles, que por la tarde empezaron algunas industrias a funcionar. El lunes por la noche, estando en la plaza del Grupo Escolar con varios compañeros aferrados a la inútil espera de que algo sucediese (ya por la mañana habíamos ido con Julio Peñalver a recuperar un depósito de explosivos y convertirlos en cargas prestas a toda eventualidad), cuando se nos presenta el cuñado de Alcalde Marcet, que ya estaba detenido, diciéndonos que los rabassaires de Santpedor tenían armamento que nos cederían si íbamos a por él. Sin más preámbulos nos ponemos en marcha un grupo de seis o siete confederales, entre los cuales el único nombre que recuerdo es de Vicente Sánchez, y junto con el cuñado de Marcet a pie nos llegamos hasta Santpedor. Por precaución, Sánchez y los demás quedaron a resguardo en la entrada del pueblo y con el cuñado contactamos con los rabassaires, que nos desencantaron al decirnos que nos habían informado mal, que en Santpedor las únicas armas que tenían eran las escopetas de caza. Como la gestión de localización fue bastante larga, y mucho más cuando se está esperando con la incertidumbre de si nos habían o no interceptado, Sánchez y los demás se volvieron a Manresa sin esperarnos, lo mismo que hicimos nosotros al encontrarlos en el lugar. Así que, a patita y sin novedad, nos acercamos a la entrada de Manresa, donde nos intercepta el sereno del barrio para informarnos de que más abajo la Guardia Civil tenía establecido un puesto de control y que lo prudente era que cogiéramos la travesía que existía que iba de la carretera de Santpedor hasta el Passeig, siguiendo la acequia, pasando por delante del Pitango. Así lo hicimos, saliendo a lo que hoy es el tercer tramo del Passeig, que entonces no eran más que huertos y solares. Allí nos separamos, yo pasando por la Bonavista y Sant Ignasi, bajo un silencio impresionante, sin ver siquiera un gato y con una cantidad de miedo que sólo yo me sé…”