Santiago Martínez Martínez
Presentació
«No estima la quietud del Puerto quien no ha padecido en la tempestad, ni conoce la dulzura de la paz quien no ha probado lo amargo de la guerra». (Diego Saavedra Fajardo, Múrcia 1584-Madrid 1648). Aquest pensament encapçala la primera pàgina de les «Memorias de un año de guerra. (Guerra civil española)» del manresà Santiago Martínez Martínez (Castejon-Navarra 20/12/1919-Manresa 26/04/2000). Són unes memòries escrites en un castellà pulcre, un dietari en què Martínez explica amb ordre i detall la seva guerra civil des del dia 11 de març del 1938 quan marxa de Manresa fins el 18 d’abril del 1939 que hi torna procedent del camp de detenció del seminari de Cuenca. Hi ha períodes tranquils, misèries humanes, tiranies, mortaldats i, com sempre expliquen els sobrevivents, instants per a la sort.
Santiago Martínez Martínez va participar de la vida sindical manresana a través de la delegació de la UGT. En l’edició del diari «UGT. Diari dels Sindicats de Manresa i comarca» de dilluns 29 de març de 1937, signa un llarg article a la portada on sota el títol «El lleó ibèric» fa una lloança a l’esperit combatiu i de llibertat del poble ibèric que «ha donat exemple de com lluita i, si és precís, mor una raça en defensa del més gran que existeix per a tot ésser racional: “la llibertat”. En aquesta glossa, Martínez evidencia uns bons coneixements d’història militar d’Alemanya i d’Itàlia: «dues nacions imperialistes (que no desitgen altra cosa que l’eterna discòrdia entre els pobles de la terra) les que intenten sotmetre’ns al jou de la seva tirania, envejoses del sòl i del subsòl espanyol i de la seva situació estratègica». En aquest article, Martínez, coneixedor de les tensions entre les diferents faccions republicanes, fa una crida a la unitat i s’adreça a «tots, absolutament a tots, sense distinció de matisos ideològics, puix que no és el Comunisme, ni l’Anarquisme, ni el Socialisme el que perilla, sinó les llibertats d’Espanya, i per consegüent, deure és de tots els espanyols defensar-les. El qui no ho faci així, ni és espanyol ni és home; no és sinó un traïdor vil i canalla com els que han obert les portes a l’invasor».
Santiago Martínez quedarà enquadrat en una companyia de Transmissions i això l’evitarà haver de participar directament en els fets d’armes durant bona part de la guerra; només en el darrer trimestre, enviat al front d’Extremadura, tastarà de prop el martelleig de l’artilleria i de l’aviació feixistes. Fins el mes de novembre del 1938, Martínez haurà estat destinat a la Compañía de Transmisiones del XIX Cuerpo de Ejército (Red Artillera), Base 6ª, Rincón de Ademuz. Els paratges de les muntanyes de Terol seran el seu escenari vital.
Les memòries de Santiago Martínez ens mostren una altra cara de la guerra, més pausada, menys exposada. Són uns soldats tècnics en les comunicacions d’aleshores: estenen cablejats, aixequen pals de telefonia; són els responsables de les comunicacions, a través de centraletes mòbils, entre els comandaments. No són rereguarda, però gaudeixen de certes prerrogatives negades als seus companys del front; la primera i més essencial, esquiven les situacions de perill evident.
Martínez explica les batalles com a observador, ja que la seva feina no està a primera línia. A primers de novembre, el traslladen a la companyia de Transmissions de la 64 divisió que opera en el front d’Extremadura i és aquí on explica mortaldats, desfetes com l’intent de conquesta de Sarrión: «Continúa el ataque desencadenado por el enemigo el día anterior. Ocupa Sarrión. El combate por la posesión de la muela de dicho nombre ha sido una verdadera carnicería humana. Nunca más volverá a ser de la República dicho pueblo y dicha posesión, pero ¡qué tributo de sangre tan terrible ha costado!». O també la batalla a la serra de Trapera o de Peñarroya-Valsequillo (Córdoba) on s’estima que hi va haver unes 8.000 víctimes «¡Cuantos camaradas caídos para siempre en la sierra Trapera! Pasamos noches enteras y seguidas sin dormir. Continuamente desplazando las instalaciones telefónicas. El cansancio es inmenso y el agotamiento tal, que nos caen los obuses enemigos a pocos pasos y no hacemos nada por resguardarnos. Deseamos la muerte. ¡Qué terrible a los 18 años! Sueño, cansancio, hambre, sed».
L’acabament de la guerra l’agafa al poblet de Naharros, situat a la comarca natural de l’Alcarria i província de Cuenca. El 27 de març, el capità de la seva companyia, que sembla que era agent dels serveis secrets franquistes, rendeix la tropa. La desbandada el du fins a la ciutat de Cuenca on el fan oficialment presoner. Després d’un breu pas pel camp de concentració situat al seminari de la ciutat, és excarcerat i arriba el 18 d’abril del 1939 a Manresa amb l’obligació de presentar-se a la Guàrdia Civil. Entre el temps de guerra i els períodes de servei militar obligatori estarà set anys lligat a l’exèrcit. Entre els anys quaranta i els vuitanta treballà a la RENFE i fou cap de l’estació de Manresa. Durant els mesos de guerra viu una transformació religiosa, a casa havien abraçat la fe evangèlica; ell també ho faria i arribarà a ser diaca evangèlic a Manresa.
Imatges
Fragments destacats de les memòries del biberó Santiago Martínez Martínez
«Instrucción, teórica, garbanzos duros, bulos. Los ejércitos de Franco se han lanzado nuevamente al ataque y avanzan rápidamente hacia Lérida. Allí corren rumores de que nos van a enviar dentro de pocos días… ¡Madre mía. Pobres niños! nos dicen algunos más veteranos».
«Después de muchos años aún recuerdo el adiós de mi madre. Desde el balcón de la casa en que viven y que da a la calle Lladó, con los ojos llorosos y con los brazos diciéndome adiós: ¿Nos volveremos a ver? Marcho convencido que va a pasar mucho tiempo antes de que pueda volver a Manresa».
«Almorzamos en una masía de Campredó. Comemos en el mismo tren y a las cinco de la tarde reanudamos nuevamente el viaje. ¿Será la última etapa? Al pasar por Benicarló (ya de noche) encontramos ardiendo la estación. No hace mucho rato han tenido la visita de la aviación enemiga. ¡Pobres ciudades éstas de la costa levantina!»
«¡Valencia a la vista! Mediodía del 1 de abril.
Pocos días más tarde no podríamos hacer este mismo viaje en sentido inverso. Los ejércitos de Franco se acercan a Vinaroz. La zona republicana quedará dividida en dos partes: Cataluña y la zona sur».
«Entramos a la provincia de Cuenca; carreteras polvorientas, aspecto desértico, pueblos y aldeas míseras: Aliaguilla, Garaballa. Mi mente se traslada en el acto a Manresa, la familia Herminia Varea oriundos de este pequeño pueblecito conquense».
«Nos destinan a la Compañía de Transmisiones del XIX Cuerpo de Ejército. De aquella multitud de reclutas que en Vic cantábamos: “Som uns quants nois…” Venimos un pequeño grupo, todos catalanes de Manresa (incluido yo); Bertran de San Juan, Ramón Amorós de S. Vicente; José Garcia Alsina de Berga; Ramón Bañeras de Navás y un grupo de Igualada y comarca entre los que figura un igualadino que será mi mejor amigo y compañero de guerra. Cuántas horas de pena y tribulación compartidas con él: José Albí».
« ¡Cuan diferente este 14 de abril de aquel ya un tanto lejano de 1931! Era un jovencillo todavía. Pueblo de Castejón (Navarra) de marcado ambiente izquierdista (como lo eran la mayor parte los núcleos ferroviarios en aquella época). Alegría, música por la calles, regocijo. Recuerdo una cancioncilla que no comprendía bien mi mente infantil. El tiempo se encargaría de mostrarme su significado: “Desde nos vino a España / la República querida, / se sembraron más los odios, / siendo tan apetecida…”».
«Ya ha quedado constituida definitivamente la Sección de Transmisiones de la Red Artillera. Juntos conviviremos hasta el mes de noviembre. Estamos 5 manresanos: Francisco Larrégula, Carlos Sitges, Ramón Gaspar, Oliverio Lluch (el famoso “Veri”) y “moi”».
«Quiero referirme de modo especial al [comisario político] que nos deparó el azar. Un tal Casado, madrileño, comunista. Acabada la guerra nunca más supe de él. Mientras hubimos de convivir con él, su comportamiento no era el más adecuado en el trato entre camaradas. Su deseo, exteriorizado una vez de viva voz, era eliminar de la unidad a los catalanes. “No estaré tranquilo hasta que haya echado de la compañía a todos los catalanes” […] ¿Tenía autoridad moral este hombre para decirnos en sus charlas “proletarios de todos los países, uníos?”».
«En mi diario de guerra, figura en esta fecha [8 de maig del 1938]: “Paso el domingo más aburrido de mi vida”.
¿Serán posibles los domingos de Manresa, tan solo hace uno o dos años? La piscina, el partidito de futbol de las peñas en el campo de Pueblo Nuevo o en algún pueblecito cercano, la sesión de ajedrez en el American Bar, la sesión nocturna de cine en el Kursaal o alguno de los otros cines manresanos, el final de fiesta en el baile de la Esquerra Republicana en el Paseo. ¡Cómo ha cambiado todo, y qué duro cuando se tienen 18 años!»
«Estamos sin suministros ni provisiones.
Los cambios y desplazamientos anteriores nos han hecho perder contacto con nuestra Intendencia. Este caso era muy frecuente en las maniobras de retirada en el Ejército Republicano.
Lo mismo ocurría en las contadas ofensivas que realizaba. Al cabo de dos o tres días de avance se perdía el contacto entre unos puestos y otros de mando de C.E. a División, Brigada, Batallón, Intendencia, etc.
Solamente y como último recurso comemos unas pocas patatas asadas sin aceite, ni sal, ni nada».
«Seguimos sin suministro.
Comenzamos a estar extenuados por el hambre.
Tres días sin comer. ¡A los 18 años!
Éste es uno de los episodios de la guerra que más he recordado a través de los años.
Tormento solo superado por la sed cuando meses más tarde, en enero de 1939, operábamos en los frentes de Extremadura».
«Julio 14. Jueves.
Continúa el ataque desencadenado por el enemigo el día anterior. Ocupa Sarrión. El combate por la posesión de la muela de dicho nombre ha sido una verdadera carnicería humana. Nunca más volverá a ser de la República dicho pueblo y dicha posesión, pero ¡Qué tributo de sangre tan terrible ha costado!».
Sigue el bombardeo artillero del día anterior. Los obuses caen cerca de la alcantarilla. Nos vemos precisados a taponar la boca que da frente al enemigo (de donde vienen los confites) con adoquines, sacos terreros, piedras, etc., etc. No hay quien salga fuera. Parecemos ratas acosadas y olfateando el peligro».
[…] En las operaciones de retirada aparece sobre nosotros la aviación facciosa que nos ametralla. Nos refugiamos en una alcantarilla».
«Allí [Belalcázar] he visto algo cruel, inaudito, algo que jamás hubiera creído posible en el Ejército de la República. Un soldado sufriendo castigo disciplinario, con un saco de arena en la espalda. Creo es originario de la Legión este castigo. ¿Será posible? ¡Oh qué crueles desengaños! ¡Proletarios uníos! ¡Palabras, palabras!».
«Enero 17. (San Antón).
Desde un nido de ametralladoras contemplo el espectáculo que es dantesco y que jamás en la vida se me borrará de los archivos del cerebro.
Después de una preparación artillera, los batallones de Infantería precedidos por una gran masa de tanques (rusos) se han lanzado al ataque de las trincheras enemigas. Pero mientras se dirigían por camino de nadie parecía no hubiese enemigo al otro lado; mas cuando ya estaban próximos a las trincheras y sin la protección de los tanques, se ha armado la gran carnicería. Allí caían los hombres (en plenitud de vida) como peleles. […] Posteriormente, años más tarde, me enteraría que allí operaba el Tercio de Nuestra Señora de Montserrat, ¡catalanes! ¡Oh ironías del destino y de las guerras civiles!».
« ¡Cuantos camaradas caídos para siempre en la sierra Trapera! Pasamos noches enteras y seguidas sin dormir. Continuamente desplazando las instalaciones telefónicas. El cansancio es inmenso y el agotamiento tal, que nos caen los obuses enemigos a pocos pasos y no hacemos nada por resguardarnos. Deseamos la muerte. ¡Qué terrible a los 18 años! Sueño, cansancio, hambre, sed. De todos los tormento de la guerra, el de la sed es el que recuerdo como uno de los más terribles. Recuerdo un momento en que hubimos de mitigarla en una charca de agua estancada, en contra de las indicaciones sanitarias ante posibles consecuencias infecciosas. ¿Qué más daba morir del tifus que morir lentamente?».
«En una de las casillas de personal ferroviario que suele haber emplazadas en las líneas férreas, encontramos un grupo de personas. Son comisarios y jefes y oficiales de las fuerzas de operaciones que, dentro, combaten la noche invernal (enero del 1939) a base de coñac, buen vino y la comida que las limitaciones de la guerra permiten. Fuera está lloviendo. Un grupo de heridos gimen, se lamentan, maldicen. ¡Qué cuadro más terrible! Esto que en otras circunstancias sólo tendría una importancia relativa, lo tiene mucha en nuestra guerra de lucha por un ideal. ¿De verdad somos camaradas que luchamos por un ideal de mejoramiento de la humanidad a base de la mayor igualdad posible entre los hombres, de una nueva moral, de una verdadera justicia social? ¿No podrían colocar los heridos más graves, ya que todos eran imposibles, dentro de aquellas cuatro paredes? […] Vi tantas cosas y casos parecidos en un año de guerra que la desilusión fue tremenda».
«27 de marzo. Estamos dando un paseo por los conquenses campos de Naharros. Un muchacho manchego se nos acerca alborozado, sofocado, corriendo: ¡La guerra ha terminado, la guerra ha terminado!
Aunque lo esperamos no por ello deja de producirnos la correspondiente alegría (estamos tan hartos ya) y cierta tristeza (somos los derrotados). Pero la primera supera la segunda. La guerra ha terminado y podemos esperar, que es lo principal».
«28 de marzo 1939.
El capitán de nuestra compañía (Sr. Gómez Tello) queda con nosotros, circunstancia que me extraña, pues casi todos los jefes y oficiales han marchado hacia Alicante y Cartagena para tratar de embarcarse y abandonar España. Años más tarde y por un compañero de Borjas Blancas me enteré que era agente de los servicios de espionaje de Franco.
Nos dirige una pequeña alocución diciendo que la guerra ha terminado; que mañana llegarán las tropas nacionales y que entreguemos el material: teléfonos, centralitas, rollos bobinas de hilo, fusibles, etc., al hasta hoy enemigo sin ofrecer resistencia.
29 de marzo. Estamos esperando a nuestros vencedores. ¡No llegan!
30 de marzo. Id. Id. Id. Id.
31 de marzo. Id. Id. Id. Id.
« ¡1º abril 1939!
No podemos esperar más. Todo ha terminado. ¡Sálvese quien pueda! Allí quedan teléfonos, bobinas, centralitas y demás material de transmisiones. Acordamos marchar cada uno a su casa. Los catalanes, ¿hacia dónde iniciar la marcha? ¿Hacia Madrid? Hacia Teruel ? Por haber estado Teruel en poder de los nacionalistas toda la campaña, creemos será más fácil encontrar en dicha capital algún tren que nos conduzca a Cataluña».
«Hacemos un alto en el camino sobre el mediodía para comer y sobre las 6 llegamos a Cuenca. Nos informan podemos cenar gratuitamente en el seminario conquense. Para alargar nuestras provisiones, así lo hacemos. Nos dan un rancho a base de lentejas y demás provisiones que han encontrado en los depósitos de Intendencia de la República. Una vez terminada la cena de lentejas y conserva de sardinas intentamos salir para albergarnos en algún hospedaje de Cuenca, pero… ¡Oh terrible desengaño, terrible decepción, estamos encerrados! Nosotros mismos y voluntariamente nos hemos metido en la jaula. Estamos en calidad de prisioneros en un campo de concentración!».
«Escribo a mi familia. No sé si viven ni, en caso positivo, si están en España. Al cabo de unos días tenemos noticias mutuas. ¡Todos están vivos! Iniciamos los primeros pasos y gestiones para obtener un aval, requisito previo para poder salir en libertad condicional.
¿Quién en la familia puede hacerlo? Nadie mejor que tía Basilisa, una tía de mi madre, hermana de mi abuelo materno y agente de la “Quinta columna” en Barcelona durante la contienda. No ha podido ser. No hay aval […] En fin. Vivir para ver».
«A primeras horas de esta mañana primaveral [16 d’abril del 1939] se confirma lo rumoreado ayer. Un suboficial viene a los prisioneros del grupo 18 a que pertenezco con un gran montón de pasaportes para salir del campo de concentración. […] Al fin, cuando faltaban solamente tres o cuatro, suena mi nombre y apellidos.
Se me entrega un pasaporte para trasladarme directamente a Manresa con orden rigurosísima de presentarme a la Guardia Civil inmediatamente después de mi llegada».
«Manresa. Son las tres o las cuatro de la madrugada [18 d’abril del 1939] cuando llegamos a la ciudad del Cardoner que hace más de un año dejara. Nada más bajar del tren pregunto por mi padre. Las noticias no son muy alentadoras. Se encuentra en la prisión de Manresa. ¡Bien empezamos la paz! […] Después de recibir estas desalentadoras noticias, me dirijo a mi casa de la calle Puigterrà 39, 2º. Llamo al timbre. La hora intempestiva hace levantar a mis familiares intranquilos. ¿Quién es…? […] y al final una puerta que se abre, unos gritos de sorpresa y alegría y un abrazo en el que se funden una madre y tres hermanos […] La guerra ha terminado para mí».
Memòries de Santiago Martínez Martínez