Jaume Navarro Torras
Presentació
«Memorias de mi campaña en la Guerra Civil Española. 27.4-1938 – 23.4.1939» és el títol de les memòries de guerra del biberó Jaume Navarro Torras (Manresa, 2/2/1920).
És un llibret mecanografiat, escrit en castellà de 42 pàgines comptant portada i contraportada a les quals cal sumar tres desplegables a doble pàgina amb els mapes del seu recorregut vital pel front des de la Sentiu, on rebrà el bateig de foc enquadrat en la 60 divisió, passant per l’indret on és ferit prop de Preixens, fins a Arenys de Munt on serà fet presoner l’endemà de ser intervingut quirúrgicament. Explica Navarro, que més tard va saber que l’havia operat pel mateix doctor Josep Trueta.
El període que el marcarà per sempre és el de l’ofensiva republicana pel control del territori entre Camarasa i Balaguer del 22 i el 29 de maig del 1938. De com va anar tot plegat, ho explica Navarro en les memòries: «Los muchachos del 41, cayeron como espigas … Entre medio de los disparos se oían los gritos de Madre! I los sollozos de varios… Esta ofensiva tuvo un radio de acción desde el sector de Tremp y monte San Cornelio, hasta Balaguer y casi toda fue realizada por elementos jóvenes del 40 y 41. Yo creo que se hizo una prueba con gente joven, para ver si daba resultado». Dels 150 homes de la seva companyia, només en van quedar 35 de vàlids, la resta va ser morts, ferits o donats per desapareguts.
Jaume Navarro va acabar de redactar aquestes memòries el novembre del 1941, i òbviament amb el record ben fresc encara. Amb data del 27 d’abril del 1944 hi afegeix els tres mapes esmentats.
Fragments destacats de les memòries de Jaume Navarro Torras
«También me fijé en el contraste que se daba entre los muchachos de mi reemplazo. Unos hechos unos hombres, otros unos críos, siendo yo uno de esos últimos».
«Se nos repartió una comida pestilente que solo probé un bocado y que me dio nauseas. Comí de lo que mi madre me había metido en mi mochila y recordé entonces unas palabras que un día, en mi casa me dijeron: – A ti, no te mataran las balas; pero te mataran las manías».
«En cuanto a mí, por el solo hecho de ser escribiente de oficio, se me dio el cargo de Brigada. Es decir, que sin saber lo que quería decir esta palabra y sin saber nada de instrucción ni militarismo, se me dió el mando de llevar todos los asuntos de la compañía. Entonces comprendí porqué siempre era derrotado el Ejército Rojo».
«Al anochecer se nos comunicó estar preparados para marchar. Se repartieron tres bombas de mano a cada soldado y aun se ignoraba el modo de usarlas. Se nos llenó a todos la cantimplora de coñac revuelto con pólvora, para tener coraje… En lugar de los 150 tiros reglamentarios, se dobló la ración y se tuvieron que meter los cartuchos en los bolsillos de la guerrera y pantalón».
«De momento la cosa no iba mal; pero cuando solamente faltaban unos cuatrocientos metros de las alambradas enemigas, los nacionales contraatacaron con un fuego cruzado diabólico. Los muchachos del 41, cayeron como espigas y de los primeros que cayeron, nuestro capitán. Entre medio de los disparos se oían los gritos de madre y los sollozos de varios».
«… algunos se habían refugiado detrás las piedras, otros como locos y chillando corrían de un lado al otro, hasta que caían acribillados a balazos… Los que estaban detrás de las piedras se levantaban en medio de las explosiones y corrían hacia nuestras trincheras. A veces, se veía voltear en medio de tierra y piedras, el cuerpo de algún desgraciado».
«Mi división quedó destrozada y solamente de los ciento cincuenta hombres que se componía mi Compañía, quedamos treinta y cinco de sanos. Los demás, eran bajas. Muertos, heridos, desaparecidos o prisioneros».
«En la misma tarde ingresé a la 72, correspondiéndome el lugar en los restos del primer Batallón Rojo de Choque. La compañía mía estaba compuesta exclusivamente de voluntarios andaluces… No me sentía muy seguro entre medio aquella gente que en verdad sea dicho, profesaban un odio terrible a los catalanes… El caso es que se trataba de gente inculta y atrasada, sin saber leer ni escribir. Les leía el periódico y les escribía las cartas, y enseguida me trataron con preferencia»
«El día 26, los nacionales nos mandaron tabaco dentro los morteros sin carga explosiva. Nos mandaron varios paquetes con los cuales fumamos un buen rato. Este día pareció que no éramos enemigos los unos con los otros».
«Los cascos de metralla pasaban rozándome el cuerpo y con la cara ennegrecida del humo de mi fusil ametrallador y los oídos sordos de las explosiones, pasé el rato que duró el combate, disparando y arrojando bombas como un condenado».
«A lo menos, se contaron cincuenta bajas enemigas en nuestro sector y creo que el intento nacional fue el de ocupar nuestra posición, cosa que no lograron… Nuestras bajas también fueron importantes entre heridos y muertos sumaron veinte y todos de nuestra compañía»
«Tuvimos que andar por barrizales y trincheras llenas de agua, resbalando y cayendo a cada paso, llenos de barro y mojados de pies a cabeza, no viendo a donde metías los pies, hechos una lástima. Cuando llegamos a la línea de fuego, parecíamos monigotes de barro»
«Empieza el ataque nacional… Es un espectáculo formidable pues se ve una multitud de hombres, corriendo retirándose y lanzando todo lo que llevan encima, macutos, paquetes, municiones, mantas y fusiles. Algunos caen y ya no se levanta más; al propio tiempo que se oye un fantástico rugido de gritos de toda aquella gente que procura salvarse corriendo».
«Empezamos a retirarnos en la más completa desmoralización, tirándonos al canal, para poder pasar al otro lado; pero los aviones continuaban el ametrallamiento mientras cruzábamos el canal y muchos se quedaron dentro de él para siempre».
«Cuando me preparaba para retirarme, explotó un mortero cerca de mí y caí herido en la pierna; pero levantándome otra vez, me lancé al canal y pude pasar al otro lado. Cuando estuve seguro, lancé todo lo que llevaba encima de armamento, menos la pistola Smith, la bayoneta Toledo y la careta antigás».
«Con muchas penas y trabajos, pude llegar al puesto de cura, y allí me cargaron en una ambulancia, abandonando para siempre el frente de guerra, a la cinco de la tarde del día 11 de enero y con el casco de metralla clavado en la pierna derecha».
«El día 28, fui operado y enyesado de la pierna, dándose la casualidad que a la mañana siguiente entraron los nacionales en el pueblo (Arenys de Munt), quedando en calidad de prisionero… (Mas tarde me enteré que me había operado el Dr. Trueta)».
«El día 21 de abril, mi madre me trajo los avales y a la mañana siguiente, era dado de alta y declarado en libertad, por lo cual en la misma tarde del día 22 de abril de 1939 llegué a mi casa después de haber estado un año justo fuera de ella. Mi campaña terminó en este día y puede decirse satisfactoriamente».