Sebastià Roca, el reportero que transmite las carreras de F-1 en TV3, es una de mis bestias negras. ¿Cómo puede ser que después de más de diez años en la plantilla de la televisión pública hable un catalán tan execrable (“arribar i fer un petó al sant”, “circuit ratoner”, “pneumàtics dusos”)? ¿Cómo es posible que exista tanta desconexión entre lo que se promueve en los círculos académicos y lo que sucede en el periodismo real? En los años que hace que Sebastià Roca trabaja en TV3, se han publicados decenas de volúmenes que ponen de relieve la aportación del periodismo de antes de la guerra. Libros de Josep Pla, Josep M. de Sagarra y Eugeni Xammar, Carles Sentís, Josep M. Planes e Irene Polo, que demuestran la esquizofrenia en la que nos debatimos: elogiamos el periodismo de nuestros ancestros pero no extraemos de él ninguna lección práctica, nos presentamos en las ferias internacionales como una nación soberana pero cuesta encontrar un vagón de metro en la que más de cuatro personas hablen en catalán.
Leyendo los artículos de Josep M. Planes (Manresa, 1907-Barcelona, 1936) le entran a uno ganas de llorar. Y no es que el libro sea nada del otro mundo. Aunque inició su carrera como cronista deportivo, Planes logró sus mejores registros en el comentarismo nocturno y de costumbres (Nits de Barcelona) y en el periodismo de investigación sobre la financiación de la FAI (Els gàngsters de Barcelona). En 1935 y 1936 realizó dos series de artículos diarios sobre la Volta Ciclista a Catalunya que constituyen el meollo de Planes d’esport. Parapetado en un sólido escepticismo (joven y noctámbulo, no entiende que la caravana arranque a las seis de la mañana para salir a las diez), va examinando los aspectos más pintorescos de la competición, en una época en la que dominaba el amateurismo y en la que los ciclistas de cuarta categoría vendían una vaca para pagar la inscripción. Planes busca el contraste, el excentricisme, y sólo en última instancia recurre a la épica, contaminada de su sentimiento popular, republicano y catalanista. Hace unas semanas, en la retransmisión de Puyal, un oyente reivindicaba el término cañardo para aludir a uno de esos chuts fuertes que hacen temblar la portería. El ciclista Marià Cañardo, que dio origen a la palabra, es el héroe de estos reportajes. Aragonés y vecino de Sant Andreu, Planes lo retrata antes de la Volta Ciclista de 1936, pasando la noche en casa y tomando una cerveza en el bar de la esquina.
Las crónicas de Planes tuvieron una gran repercusión ciudadana. Desde un punto de vista literario están por debajo de los artículos de Set dies i set nits que publicaba en La Rambla o de los billetes de opinión de La Publicitat. La importancia del tema se medía por la extensión y, a menudo a los escritos de Planes les sobran dos o tres párrafos (al relato de la final de Copa de la Liga entre Badalona y el Paysako más de tres). Nacen del voluntarismo, eran una apuesta de futuro, como aquellas emisiones de Estoc de Pop que en los inicios de TV3 prometían grandes cosas. A Planes lo mató la FAI y la guerra terminó con una idea de país y una manera de hacer periodismo que las reediciones ponen de nuevo en circulación, sin rescatarlas -¡ay!- de la arqueología..