Reproducció i transcripció de les memòries de Francesc Buira Farré
Memòries de guerra de Francesc Buira Farré
Julio de 1937. Incorporado en filas a consecuencia de llamar mi reemplazo de 1931; incorporado en Fraga. Torrente de Cinca más tarde y a la 24 División, 124 Brigada mixta, 1r Batallón mandada por del Barrio Trueba.
Operaciones que tomé parte y fechas aproximadas.
Setiembre del 37 en el llamado Vedado de Zuera. Allí tuve el bautismo de fuego y a la media hora de combate, caí herido de un brazo con metralla estando inactivo hasta noviembre que de nuevo me incorporé a la misma unidad en Boltaña, más concretamente cerca del Molino Escartín delante de San Pedro, debajo en el rio Gállego y la vía que conduce a Jaca, lo cual tuvimos que abandonar todo aquel territorio que días anteriores habíamos conquistado.
Esto era a finales de noviembre que fuimos a descansar en Alcarràs, provincia de Lérida, y en el día 1 de enero de 1938 salimos de dicho pueblo en dirección a Argente y de allí a 35 Km de Teruel para distraer fuerzas que era cuando los ataques a Teruel, o sea que nos mandaron al dicho Llano de Singra, que según nos dijeron nos echaron 40.000 toneladas de metralla en una semana que estuvimos por aquellos parajes que quedamos desechos completamente. Y desde allí nos mandaron a Valdeconejos a cubrir línea que a los pocos días rompieron nuestras líneas teniendo que abandonar toda la zona de Alfambra y la sierra Palomera.
Nos reagruparon por la parte de Castellón y desde allí nos mandaron a delante de Lérida al margen izquierda del Segre que era donde teníamos nosotros la línea, pero cuando nos mandaban para allá nos requisaron en Tortosa para hacer frente al enemigo. que bajaban por aquellas montañas. y los aguantamos unos días en los montes de Alfar que a los pocos días ya nos echaron hasta la otra orilla del Ebro en Tortosa. Esto sucedía a mediados de abril de 1938.
Otra vez nos tuvimos que reagrupar, que en esta operación se perdieron el 75% de los hombres a consecuencia de que volaron los puentes del Ebro estando el grueso del ejército en retirada en la margen derecha del río, pues yo tuve la suerte de encontrarme cerca del puente según después me dijeron los que hacían de centinelas a la salida por dicho puente.
Nos dio el visado de salida, nos lo dio el mismo jefe de la 27 División Barrio (el general José del Barrio) por una parte, y en la otra estaba Líster (Enrique), otro jefe del 5 Ejército. Pues operábamos en aquel sector la 124 Brigada, 2º batallón, 3.500 hombres. En mi batallón nos reagrupamos 35 hombres. Nos mandaron a la provincia de Lérida en Montgai. Estando en aquellos parajes, en julio, se inició el salto del Ebro por el ejército republicano, así que a mediados de agosto nos mandaron al otro lado del Ebro por Mora y a Corbera, que por cierto allí se libraron batallas de verdadero calibre pues yo me encontraba en la cota 444, aquella famosa cota que se perdió a costa de sembrarla de cadáveres, igual que el cementerio de dicho pueblo, la sierra de Pándols, la Sierra de Cavalls, y la Venta de Camposinos con su cruce de carreteras que se libraron batallas escalofriantes entre hermanos, que era lo más triste.
Allí yo ya actuaba de armero de batallón pero sin nombramiento y cobrando como un soldado más o sea 10 pesetas cada día. Así que a los 36 días de haber permanecido en aquel infierno nos sacaron y otra vez por la parte de Lérida a cubrir línea en el Asentiu [La Sentiu de Sió] hasta que un día nos mandaron al frente de Balaguer, otro de nuestros desastres, a atacar una posición llamada Merengue en la que tuvimos un descalabro. Otra vez a descansar y agregar hombres, y en línea otra vez unos días hasta que ya rompieron todo el frente de Lérida y a finales del 38 nos mandaron a un pueblecito llamado Montclar, allí las cocían por todos lados.
Ya la desbandada era casi general. Nos parapetamos en unas trincheras que dominaban la carretera que conduce de Balaguer a Artesa de Segre y el 2 de enero del 39 me vienen a buscar para que vaya a poner un fusil ametrallador y me encuentro con unas tanquetas que subían por las colinas, los aviones que machacaban y yo al ver aquel cuadro, que prefiero ni recordarlo, dejo el fusil en manos de un sirviente y me largo.
Había otra trinchera más resguardada, me pongo dentro con los brazos a la vista y cruzados y de espaldas arriba, siento un estruendo en la parte alta de la trinchera, baja la metralla y me coge la cara, el brazo y la rodilla; en el brazo y la rodilla era poca cosa pero en la cara se ve que se me clavaron partículas muy pequeñas y me quemaron la parte óptica del ojo derecho, entonces sin importarme ya lo que me pudiera pasar. Me levanté con la cara ensangrentada, me puse el pañuelo en la cara y me largo de allí aventurando mi vida a lo que fuera. Caminé ocho quilómetros. Por el camino encontré un batallón que iban aquel infierno y me hicieron la primera cura, después de haber andado seis quilómetros, con un ojo menos y la rodilla atravesada pero que por fortuna no me tocó ningún hueso y solo iba un poco cojo.
Así de momento terminó para mí la lucha en el frente pues me dormí al recogerme. Cuando me desperté, me encontré en un tren militar en Cervera y me llevaron a Barcelona a un hospital en Horta llamado Orfelinato Ribas hasta que entraron los Nacionales o sea el 27 de enero de 1939, fecha que liberaron Barcelona.
F. Buira (signatura). Fin de la 1.ª parte.
¿Qué pasó a renglón seguido de haber entrado los Nacionales en Barcelona? Pues a los que estábamos en nuestras habitaciones, nos mandaron que las desalojáramos para entrar sus heridos. En aquel momento los republicanos dejábamos de ser españoles. Nos ordenaron que saliéramos todos al patio, y desde allí en fila de a 4 que siguiéramos a uno que nos llevó hasta un hospital de leprosos. Allí se ve que tampoco nos quisieron y cada uno que fuera por su cuenta. En vista de todo esto, nos dijeron que fuéramos al cuartel Francisco Maciá que entonces estaba en construcción y allí nos reunimos unos siete u ocho mil y sin poderme curar de las heridas por no haber ni médicos ni medicamentos, ni comida.
Lo primero que se me ocurrió allí y en medio de tanta gente, fue escribir a casa para que en el tiempo más corto preparasen un aval para enviármelo en el instante que se lo pidiera. ¿Pero cómo mandar una carta a mi esposa si apenas corría algún tren? Yo lo intenté, cogí un trozo de papel y un sobre, puse la dirección y lo puse en un pote de conserva y lo tiré a la calle cuando pasaba un señor y lo miró y me hizo la seña de que le daría curso. Y así fue, pues al mes y medio de haber tirado el pote, mi mujer recibía la carta desde Barcelona pero que yo ya no estaba en Barcelona, sino que estaba en un campo de concentración de Tarragona.