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Escriptor i intel·lectual manresà (1913-1974)

foren els ulls terriblement cansats de l’Amat-Piniella allò que més coses
em van saber dir del que havia significat l’infern nazi“. (Montserrat Roig)

2 articles d’Amat-Piniella sobre els camps nazis

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En el XX Aniversario de la Liberación Nuestro principal objetivo

Joaquim Amat-Piniella

 

Han transcurrido veinte años, cierto; pero la imagen no me parece tan lejana: los “jeeps” y los tanques de los ejércitos aliados, en su rápido avance por tierras del agonizante III Reich, van abriendo de par en par, una tras otra, las puertas de los campos de concentración que encuentran a su paso; campos de siniestra memoria donde los nazis, desde su advenimiento al poder diez años antes, practicaban su deporte preferido: el martirio y asesinato masivo de seres humanos

No lejos de los “appelplatz”, donde con el cuerpo quebrantado y el espíritu tenso, nos juntábamos los supervivientes para vitorear a los libertadores, en las dependencias de los Krematorium o en fosas comunes improvisadas se amontonaban los cadáveres que, por lo elevado de su número, no habían podido ser incinerados; pequeñas representaciones para siempre silenciosas y frías de los miles, centenares de miles, millones de compañeros que, con menos fortuna que nosotros, no habían podido llegar al episodio final de la gran tragedia de nuestro tiempo. Hace de eso veinte años. Mucho tiempo para que en los actos conmemorativos del XX Aniversario de la victoria aliada sobre el nacional-socialismo, puedan estar presentes cuantos lo merecieron. Muchos de aquellos supervivientes han caído después, apenas habían empezado a saborear la libertad tantos años anhelada. Otros, tal vez enfermos, tal vez demasiado ocupados, o faltos de medios económicos para el viaje, tampoco podrán acompañarnos. Pero, seamos pocos o muchos los afortunados que concurramos, no hay duda de que la emoción del reencuentro será de las que dejan huella profunda en el recuerdo.

Y así nos impresionará el aspecto de los que habrán envejecido más de la cuenta, mientras celebraremos la inalterable buena salud de otros. Algunos habrá bien situados en la vida y también quienes, sin suerte, habrán tenido que resignarse al duro quehacer diario para sólo malvivir. Unos habrán hallado la paz y la pequeña felicidad en el seno de sus familias, pero tampoco faltarán los que se sientan solos en las puertas de una vejez sin atractivo alguno. Y los optimistas que no han perdido la capacidad de esperar sonriendo la llegada de tiempos mejores, harán contraste con los pesimistas de corazón cubierto por la amargura de los desengaños y de los sufrimientos. De todo habrá entre nosotros, pero en la infinita gradación de parecidos y diferencias, no nos será difícil reconocernos los unos a los otros, porque todos, absolutamente todos, llevaremos grabados en nuestros semblantes una misma exaltación vibrante, un mismo recuerdo doloroso y, a pesar de cuanto a ella se opone, una misma voluntad de unión en esta última etapa de nuestra lucha por la libertad que, veinte años atrás, sólo ganados a medias.

Yo quisiera que ese contacto que vamos a establecer dentro de pocos días, todos nosotros algo más viejos que cuando nos separamos, pero nunca desalentados, sirviera para fortalecer aún la unión que se forjó ante el enemigo cuando, laceradas las carnes por las torturas nazis, pesaba sobre nuestro espíritu la constante amenaza de una muerte horrible. Sin radicalismos contraproducentes, con la mesura, el sentido práctico y la serenidad que la evolución del mundo impone para hacer viables propósitos como los que nos guían, es decir, con un total sentido de responsabilidad por otra parte perfectamente compatible con la máxima energía y dedicación, debemos hacer de nuestra solidaridad de exdeportados el núcleo compacto que sirva de estímulo y ejemplo para quienes, estén donde estén, comparten nuestros mismos anhelos. Si este perfeccionamiento de nuestra unión llega a ser realidad, podremos afirmar que la conmemoración del XX Aniversario de la Liberación habrá dado el mejor de los frutos posibles.

J.Amat-Piniella

(Article publicat a la revista “Hispania”, 1965)

 

Veinte años después. Peregrinación a los campos de exterminio nazis

Joaquim Amat-Piniella

 

Si la importancia de las ciudades se determina principalmente por su población, es decir, por el número de personas que en ellas viven, no dejará de chocar a la sensibilidad de cuantos pertenecemos a la civilización cristiano-occidental el que para medir la categoría de los campos de concentración que inventaron los nacional-socialistas alemanes durante su mandato, tengamos que recurrir a las cifras de sus muertos. Signo de una época, sin duda, más elocuente por si solo, cuando sobre él nos paramos a reflexionar unos minutos, que miles de páginas de erudita historia acerca de lo que ha sido y significado la segunda guerra mundial.

 

Los grandes campos del hitlerismo

He aquí las poblaciones de los campos de concentración más conocidos:

 

Muertos
Auschwitz
como mínimo 4.000.000
Mauthausen-Gusen
154.000
Sachsenhausen
100.000
Dachau
70.000
Stutthof
65.000
Buchenwald
56.000


A estos nombres siniestros hay que añadir, de la interminable lista que podríamos confeccionar, los también renombrados de Bergenm-Belsen, Ravensbruck, Maidanek, Dora-Ellrich, Neuengamme, Flossenburg, Gross-Rosen, Aurigny, etc. cuyas cifras de mortalidad, aun cuando no alcancen las antes indicadas, no dejará de estremecer a la menos desarrollada de las conciencias.

 

Mauthausen

Segundo lugar en la clasificación que antecede. Después de la capital indiscutible, Auschwitz, Mauthausen es la primera de las “ciudades importantes”. En España, donde las noticias concernientes a los campos nazis han ido llegando con singular parsimonia, no ha sido hasta ahora de los campos más conocidos. Probablemente debido al hecho de haber sido de los últimos liberados cuando ya los nombres de Dachau y Buchenwald, prácticamente los primeros encontrados por los aliados occidentales en su avance victoriosos, empezaban a vaciar sobre la opinión mundial su dantesco contenido de horrores. Sin embargo, el campo de Mauthausen es el que mayor interés tiene o debería tener para los que vivimos en este país, ya que fue en él donde encontraron la muerte la mayoría de nuestros compatriotas víctimas del furor homicida de Hitler y sus s. Vean el balance de Mauthausen, establecido por nacionalidades:

Muertos
Rusos
32.180
Polacos
30.213
Húngaros
19.923
Yugoslavos
12.890
Franceses
8.213
Españoles
6.502
Italianos
5.750
Checos
4.473
Griegos
3.700
Alemanes
1.500
Belgas
742
Austríacos
235
Holandeses
77
Americanos
34
Luxemburgueses
19
Ingleses
17
Otras procedencias o
detenidos por motivos no políticos: los restantes hasta 154.000.


Otra particularidad del campo de Mauthausen, la que le da importancia creciente sobre los demás, es la de haber sido el mejor y más sólidamente construido de todos ellos, el único que por constituir una auténtica fortaleza de piedra a labrada está destinado a perdurar como sobrecogedor testimonio de la brutalidad hitleriana (lo que el propio comandante SS deseaba lograr, aunque en otro sentido, claro está), mientras que los demás van desapareciendo paulatina y totalmente, algunos por haber sido desmantelados, otros por la incremente acción del tiempo.

Empezada su construcción en 1933 al advenimiento del nacional-socialismo al poder, se puede decir sin exagerar que cada una de sus piedras, arrancadas de las canteras vecinas por los propios presos, representa la vida de un ser humano

 

El dolor humano tras las cifras

Escrito lo que antecede con el propósito de informar, expuestas unas pocas cifras a fin de dar una idea clara de la magnitud del crimen nazi, me doy cuenta de que hace falta mucha imaginación para valorar todo el potencial de dolor que ellas implican a lo largo de los doce años de nacional-socialismo. En los barracones de los campos nazis han vivido, sufrido y muerto muchos centenares de miles, millones de hombres de todos los países, de todas las razas y de todas las religiones, todos ellos destrozados en el perfecto aparato de represión puesto en marcha por Hitler y sus seguidores y según los más variados, refinados y crueles procedimientos de exterminio, desde la muerte lenta por agotamiento hasta la asfixia en cámaras de gas, la horca, la congelación, el fusilamiento, las inyecciones de gasolina y las palizas. Cierto que mucho se ha escrito sobre el más grande de los crímenes colectivos de la Historia, pero aunque la tendencia natural del hombre es ignorar u olvidar cuanto pueda perturbar sus digestiones y su descanso nocturno, no hay duda de que gracias a la contundencia fría de las cifras, a las reflexiones de los más imaginativos o al testimonio gráfico y escrito de los que presenciaron los horrores cometidos, éstos ya no pueden ser ignorados por nadie, ni nadie podrá olvidarlos jamás. No se trata de mantener el rescoldo del rencor o el deseo de venganza que a nada bueno conducirían, pero sí de evitar que en un futuro, próximo o lejano, puedan darse situaciones parecidos a las que condujeron a tamaña abdicación de la dignidad humana.

 

Commemoración del XX Aniversario

Es con este sano propósito que las diversas Organizaciones nacionales de exdeportados y víctimas del nazismo, existentes en todos los países que sufrieron su yugo, patrocinan cada año viajes en peregrinación a los lugares donde antaño estuvieron instalados los campos de la muerte, peregrinaciones que al cumplirse el XX Aniversario de la victoria aliada han sido más numerosas y concurridas que nunca.

 

Españoles en Mauthausen y sus kommandos

También una nutrida representación de los exdeportados españoles residentes en España o en el extranjero y familiares de los 6.500 que en Mauthausen sucumbieron, han participado en la peregrinación que tuvo lugar a primeros de Mayo, organizada por la “Amicale” de París, entidad que agrupa a los franceses que durante la guerra padecieron cautiverio en Alemania.

Después de una breve estancia en París, con visitas al cementerio Père Lachaise, donde cada uno de los campos más importantes cuenta con un monumento, y a la cripta a los Mártires de la Deportación que ha sido excavada en la “Ile de la Cité” a la sombra milenaria de Notre-Dame y que constituye un ejemplo de la gran calidad que puede tener un monumento de ese tipo cuando en su concepción se alían la nobleza de los materiales, la severidad, la contención y el buen gusto artístico, el tren especial tomó su salida hacia Salzburg, donde a la mañana siguiente numerosos autocares esperaban la llegada de los expedicionarios para conducirles a los campos – actualmente en territorio austríaco- cuya visita era el objetivo del viaje.

 

Ebensee

Situado a orillas del lago del mismo nombre, en pleno bosque y rodeado de elevados picos en los que se mantiene aún un impresionante casquete de nieve, el kommando de Ebensee fue, entre los muchos que dependían de Mauthausen y después del de Gusen, el que arrojó un índice más elevado de mortalidad. La construcción de espaciosos túneles para la instalación de industrias de guerra dio ocasión a las SS para desplegar su diabólica inventiva en la técnica del asesinato masivo. Del campo de Ebensee queda poco. Los monumentos que han sido erigidos donde hace veinte años se levantaban los barracones de madera, recuerdan al visitante las proporciones de la matanza. La naturaleza imponente y de una belleza casi abrumadora envuelve el recuerdo con su profundo silencio. Quien escribe esta crónica pasó en Ebensee los últimos días de su cautiverio en los dominios del III Reich y nunca podrá olvidar la visión apocalíptica de centenares de moribundos, de cadáveres vivientes, cubiertas de sucios harapos sus llagas y su miseria, arrastrándose materialmente por el suelo y esperando con los ojos desorbitados y crispadas las esqueléticas manos, casi sin latido los corazones, la llegada de las tropas libertadoras. Aquel suelo, entonces duro y polvoriento, es el mismo que hemos pisado ahora amorosamente cubierto por una recia alfombra de hierba fresca y olorosa.

 

Gusen

Nada quedaría de este Kommando si un médico italiano que en él perdió a sus dos hijos no hubieses adquirido la parcela donde estaba, donde todavía está instalado el Crematorio. Los expedicionarios asistimos a la inauguración del Memorial que el Sr. Sordo ha hecho levantar alrededor de los dos hornos y al descubrimiento de una lápida conmemorativa dedicada a todas las víctimas del campo.

Monseñor Manziana, Obispo de Cremona, uno de los supervivientes italianos y destacada personalidad del actual Concilio, ofició una misa en el altar improvisado frente al monumento. Una cruz desnuda, de largos brazos, como si con ellos deseara abarcar el mundo entero, presidía la asamblea de banderas de todos los grupos nacionales que concurrían al acto.

Caía una lluvia gorda, ininterrumpida y fría. La tierra era un barrizal y encogía el corazón pensar que aquel barro contenía mezcladas las cenizas de los miles de cadáveres incinerados allí. A pocos metros del monumento, la entrada de lo que fue el campo aun se mantiene en pie, con la pesada puerta reforzada con tirantes de hierro y las dependencias colaterales del antiguo cuerpo de guardia. Un paraje agobiante por su sordidez, un día gris y unos recuerdos enlutados. Era en Gusen donde se remataba a los presos que en el campo principal de Mauthausen habían llegado al límite de sus fuerzas. De los 6.500 españoles cuya muerte figura en los registros de Mauthausen, 4.000 encontraron en Gusen el esperado final de sus sufrimientos.

Al término de la misa y de las ceremonias que en el mismo altar, intacto, oficiaron un pastor protestante y un rabino, Monseñor Manziana habló. Habló del Hombre, de todos los hombres que han creado la gran hermandad del dolor y ponderó el valor del sacrificio cuando la causa es justa y universal. La emoción agarrotaba nuestras gargantas cuando el orador evocó un mundo mejor, sin diferencias ni discriminaciones de clase alguna, en el que la justicia y la libertad serán indestructibles.

Al descubrir la lápida, el discurso del Dr. Sordo, patético aunque sereno y contenido, nos hizo participar de la grandeza que el hombre, tal como lo acababa de definir Monseñor Manziana, puede alcanzar en las peores adversidades.

 

Castillo de Hartheim

Un caserón siniestro. Murieron en él miles de hombres, en el curso de prácticas de vivisección y ensayos de nuevos medicamentos. Lo que aconteció en el patio central donde nos recogimos unos minutos, rodeado de galerías porticadas, nadie lo sabe con certeza. De cuantos por allí pasaron ninguno ha sobrevivido y de las instalaciones y laboratorios sólo quedan unas pocas huellas. Al derrumbarse el nazismo, y antes de emprender la huida, los SS efectuaron la destrucción minuciosa de cuanto pudiera revelar al mundo la naturaleza exacta de la “ciencia” a la que consagraban sus criminales apetitos.

Hartheim es y será siempre un misterio indescifrable en cuya nebulosidad se pierde la pista de cinco mil mártires.

 

Mauthausen, el campo central

Un día brillante que contrastaba con el anterior. La naturaleza ponía majestuosidad y luz alrededor de las recias murallas que veinte años antes significaban estrechez y tinieblas. “Nacht und nebel”, como los propios nazis designaban el régimen de los que iban a morir. Todas las construcciones del campo que fueron levantados con piedra están prácticamente intactas. En cambio, de los barracones de madera destinados a vivienda de los internados, sólo cuatro continúan en pie. A los lados de la cuesta que conduce al gran portalón del recinto propiamente dicho, cada grupo nacional ha erigido su monumento a los compatriotas muertos. La mayoría han sido realizados en un estilo severo, sobrio y vigoroso. La piedra, la misma piedra que sirvió un día de instrumento de tortura y muerte, sirve hoy para perpetuar la memoria de los desaparecidos. La interminable comitiva de los peregrinos -unos 15.000 procedentes de todos los países que están representados en la estadística de las víctimas-, cada grupo con su bandera, se concentró en torno al monumento general construido en el centro de la antigua plaza de formaciones, después de cubrirlo materialmente con las innumerables coronas y ramos de flores de que eran portadores. Unos soldados austríacos, estaruarios, impávidos bajo sus cascos de acero, daban realce y solemnidad al desfile. Ofició la misma el Cardenal Koenig, Primado de Austria. Vimos de nuevos reunidas las banderas al pie de la Cruz y pensamos en aquel mundo mejor que evocara el día antes el Obispo de Cremona. Ocupaban la presidencia, entre otras personalidades, el Presidente del Comité Internacional de Mauthausen. el Ministro de Cultura de Polonia, el Viceministro de Asuntos Exteriores de Checoslovaquia, un alto Jefe de la Policía Austríaca, exdeportado, un Coronel de la R.A.F., los embajadores de la URSS y de Italia. Reconocemos en un grupo de rusos a los seis únicos supervivientes de los setecientos presos que saltaron las alambradas y fueron cazados como conejos por las SS y las milicias populares en el curso de varias semanas. Los seis que lograron salvarse llegaron a las líneas soviéticas después de haber vivido una de las más grandes epopeyas de esta época.

Terminados los oficios religiosos, hablaron el Presidente del Comité, un pastor protestante y un rabino, todos ellos antiguos deportados. La emoción que quebró varias veces sus voces era un reflejo de la que embargaba los corazones de todos los presentes desde su entrada al campo. El tétrico edificio del Crematorio, en cuyo interior se conservan como en un Santuario, la Cámara de gas, la sala de ejecuciones y torturas y los calabozos del Arrest, limitaba al otro lado del altar el campo visual de los asistentes, pero todo lo que tiene de siniestro pareció desvanecerse al levantar los ojos. En los bordes de la chimenea, la misma por la cual veinte años antes, salían día y noche voraces y estremecedoras lenguas de fuego, la misma que despedía sin interrupción el acre humo de los cuerpos quemados, habían nacido y crecido unas pequeñas matas de hierba que el viento agitaba casi alegremente.

Después de la ceremonia, comida en frío en la cantera situada al pie del campo, ahora abandonada, entonces escenario principal de la gran tragedia. Descendimos para llegar a ella los 180 escalones de la “escalera de la muerte”. Miles de seres humanos la subieron, con piedras de 30 a 50 kilos a cuestas, hasta 10 y 12 veces diarias. Cuando las fuerzas faltaban, las balas de los centinelas o el salto al vacío por el acantilado eran el definitivo remedio de todos los males. También en veinte años ha crecido la vegetación en lo que fueron tajos de trabajo. Desaparecida la sangre que tantas veces los regó, el verde es ahora el color de la vida.

 

Final

En la mole de piedra del monumento francés figura la siguiente inscripción:

Les morts ne dorment pas
Ils n’ont que cette pierre
impuissante à porter
la foule de leurs noms
La memoire du crime
est la seuloe prière
passant
que nous te demandons.


Firma el epitafio el poeta Louis Aragon.

J. Amat-Piniella

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Joaquim Amat-Piniella