La religión
Texto introductorio
Uno de los pilares básicos del régimen franquista fue la Iglesia católica, que se convirtió en un instrumento más de su propaganda y llegó a justificar moralmente el golpe de estado contra el gobierno legítimo de la República. Ya en el año 1937, la cúpula de la Iglesia española, en una carta pastoral, había dado su apoyo incondicional al bando franquista, puesto que defendía que la guerra civil era un enfrentamiento del Bien contra el Mal, una Cruzada contra el comunismo. En este sentido, sólo hay que recordar la inscripción en las monedas de la época: “Francisco Franco, Caudillo de España por la gracia de Dios”
Para contextualizar este apoyo de la jerarquía eclesiástica española a la dictadura, hay que recordar que la Iglesia sufrió una terrible represión durante la Guerra Civil por parte de la extrema izquierda revolucionaria: sólo en Cataluña fueran asesinados más de dos mil sacerdotes y religiosos. Numerosas iglesias, edificios y dependencias religiosas fueron saqueadas y destruidas durante el conflicto bélico en la Cataluña republicana, y las misas y todas las celebraciones litúrgicas habían sido prohibidas.
Así pues, los años 40 y 50 son de un extraordinario fervor religioso. La dictadura consideraba que un español como es debido tenía que ser católico y la estricta moralidad religiosa se imponía en toda la sociedad. Constantemente se realizaban misas, procesiones, grandes celebraciones de festividades religiosas, campañas contra la blasfemia… Y, lógicamente, multitud de actos relacionados con la tragedia colectiva de la guerra fratricida: misas y funerales en memoria de las personas asesinadas en la retaguardia republicana, o bien asociados a la recuperación y reconstrucción de las obras de arte y de los bienes muebles e inmuebles que habían sido destruidos, robados y/o saqueados. El seguimiento popular —ya fuera por sincera devoción o por miedo del qué dirán— era masivo.
No obstante, unos años más tarde una parte importante de la Iglesia catalana se fue desmarcando del régimen franquista, empujada por una nueva generación de curas que defendían las libertades y la lengua y cultura catalanas. El monasterio de Montserrat fue un ejemplo en este sentido: en el año 1947, durante las fiestas de entronización de la virgen, se utilizó por primera vez el catalán en un acto público cargado de simbolismo a favor de los rasgos diferenciales, entonces fuertemente reprimidos. Y no podemos olvidar la figura del cardenal Vidal y Barraquer, quien se negó a firmar la mencionada carta pastoral del año 1937, lo que le significó el exilio.