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Escriptor i intel·lectual manresà (1913-1974)

foren els ulls terriblement cansats de l’Amat-Piniella allò que més coses
em van saber dir del que havia significat l’infern nazi“. (Montserrat Roig)

Antoni Puigverd publica un article sobre Amat-Piniella i K.L.Reich

Dades:  23/05/2005

L’escriptor Antoni Puigverd escriu a “La Vanguardia” un article titulat “Verdad sobre verdad” en què fa grans elogis de la personalitat de Joaquim Amat-Piniella i de la seva obra K.L.Reich., i on, entre d’altres coses, afirma: “No parece que la versión completa de K.L. Reich publicada en el 2001 haya situado esta impresionante novela en el lugar que le corresponde. De haber sido leída y comentada por profesores, periodistas y gestores culturales del país, podría haber participado de una manera muy singular en el gran debate cultural de la Europa contemporánea: la revisión moral del atroz siglo XX”.

 

Verdad sobre verdad

FLORECE LA VERDAD literaria si, como sucede con Amat-Piniella, el alma aparece desnuda de toda trampa, si muestra, a la vez, luz y sombra

ANTONI PUIGVERD – 23/05/2005

Cada vez que, en estos días pasados, veía el rostro de Enric Marco, el impostor, con su papada de abuelo satisfecho, su mirada esquiva y su bigote teñido, me venía en mente el rostro menudo, en forma de bombilla, de Joaquim Amat-Piniella (1913-1974), con su bigotito recortado y sus ojos mínimos y tristes, atravesando las densas dioptrías de sus gafas. Ahí está, en la fotografía de la contraportada de la novela K.L. Reich (Eds. 62). Este hombre que sonríe con timidez de niño fue reiteradamente apaleado, diversas veces vencido, humillado, bestializado. Vio como la palabra horror, que ya era insuficiente para explicar su vivencia, servía todavía menos para narrar la peripecia, infinitamente más desdichada, de otros compañeros de Mauthausen: de los judíos, en particular. Sobrevivió dominado por los escrúpulos morales, rodeado de muerte.

Sobrevivió al frío, a los golpes, a la esclavitud física y moral. Y, sin embargo, sonríe ante la cámara con timidez de niño. Amat-Piniella vivió todos los desastres de la Europa de su tiempo.

Pasó la Guerra Civil en el frente, soportó el viento gélido y la gélida indiferencia francesa en el campo de refugiados de Argelès. Llegó al siniestro matadero de Mauthausen junto a 1.506 españoles republicanos. Cuatro años y medio.

Infinitos días de nieve sin más abrigo que unos harapos, sin más zapatos que unas exiguas suelas de madera. Días de hambre, piojos, suciedad, tifus, pulmonías y dolores sin cuento. Días de humillante desnudez, de golpes arbitrarios, de órdenes absurdas y abstrusas. Días vividos bajo la viciosa crueldad de jefecillos corruptos, traficantes de dientes de oro, impermeables a la piedad. Días de asco moral en los que el egoísmo aparecía como la única verdad de los internos. Infinitos días de trabajos forzados, de insensibilidad ante el dolor vecino. Sin más horizonte que la muerte. Despojado de toda dignidad exterior por hombres armados e indignos. Sin más presente que el dolor. Sin más futuro que un aguado mejunje de nabos y patatas. Amat-Piniella sobrevivió. En 1945, recién salido del infierno, en el exilio de Andorra, escribe su novela sobre esta experiencia extrema. No consigue publicarla hasta 1963 (naturalmente, amputada por la censura). Obtiene cierto suceso en el pequeño mundo cultural catalán de los sesenta, apoyado por el editor y novelista Joan Sales. Regresa al país. Escribe un par de libros más y muere en Barcelona, si no olvidado, aparcado por las nuevas generaciones que en los setenta tenían, fundamentalmente, avidez de protagonismo propio, una gran borrachera de futuro y una visión infantil del pasado.

No parece que la versión completa de K.L. Reich publicada en el 2001 haya situado esta impresionante novela en el lugar que le corresponde. De haber sido leída y comentada por profesores, periodistas y gestores culturales del país, podría haber participado de una manera muy singular en el gran debate cultural de la Europa contemporánea: la revisión moral del atroz siglo XX. Nuestra pereza cultural acaba favoreciendo la eclosión de charlatanes como Enric Marco. Amat-Piniella es hermano de Imre Kertész, de Primo Levi, de Jorge Semprún. Narra la experiencia de los campos a través, no de uno, sino de unos cuantos personajes. Francesc, el optimista, muere después de un gesto heroico y simboliza la victoria del espíritu humanista sobre el mal. Su amigo Emili, voz principal de la novela, álter ego del autor, pesimista y dubitativo, sobrevive dibujando pornografía para un mando. Se siente culpable. Sobre el eje de sus escrúpulos bascula la reflexión moral de la novela. El posibilista August acaba interiorizando la lógica del verdugo. Ernest, prostituido y vanidoso, interioriza no solamente la lógica, sino los vicios del verdugo. Rubio, paciente tejedor del lobby comunista, jerarquiza la solidaridad situando en primer lugar a los internos del partido. Hans Gupper, frío comandante del campo, contenido y parco, es el retrato de la inteligencia mortífera de los nazis. Su contrafigura es Werner, un preso alemán, autocrítico y sarcástico. Los muertos y los esclavos flotan alrededor de una corte de jefecillos babosos, bolckältester siniestros y kapos sádicos, borrachos de ignominia. “Saben transformar el vino en sangre y la sangre en vino”.

La verdad de los campos de exterminio aparece reflejada en este calidoscopio en su dimensión más profunda. La organización nazi expresa el mal absoluto, pero las víctimas no son ángeles. En su instintiva lucha por sobrevivir, destilan lo mejor y lo peor de nuestra humana condición. La verdad de este libro es literaria, no literal. Allí donde terminan los datos, los testigos y los historiadores, empieza la verdad literaria. No la que sugestiona al lector con escenas truculentas o lacrimógenas, sino la que muestra el lodo que se forma en el pozo insondable del alma. Algunos conspicuos comentaristas justifican las mentiras de Marco, el usurpador, alegando que su impostura y falsedades son de orden literario. Mentira sobre mentira. Las falsedades de Marco eran ornamentales. Servían para recoger los beneficios de la compasión retrospectiva que las víctimas generan en nuestra sociedad biempensante. La verdad literaria sólo es posible si, previamente, se muestran las cartas. Florece la verdad literaria si, como sucede con Amat-Piniella, el alma humana aparece desnuda de toda trampa, mostrando, a la vez, luz y sombra. Mostrando nuestra esencial ambigüedad.

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Joaquim Amat-Piniella